Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura 2017

Me alegro mucho de haber conocido a Isihguro mucho antes de que le concedieran el premio literario más importante del mundo. No siempre es así, algunos escritores los he conocido al otorgarle el Nobel. En ese caso, casi siempre he comprado alguna de sus obras y he procurado conocerlo mejor pues creo en la calidad y en la excelencia que habitualmente tienen los autores que lo logran. Sin embargo, a veces, como el año pasado, la concesión a Bob Dylan del premio fue una decepción para mí, no porque no valore muchísimo la música del Dylan sino porque pienso que fue una extravagancia en el sentido más literal de la palabra.

Desde Los restos del día, he leído prácticamente todo lo que se ha traducido de él, la última que he leído, Pálida luz en las colinas, es la segunda de sus obras publicadas. En mi opinión, Ishiguro tiene las características de estilo para ser merecedor del Nobel. El suyo es personal, propio y reconocible. Aunque él se considera inglés por su formación académica y porque desde los seis años vive en Inglaterra, pienso que hay una clara influencia oriental en su forma de escribir por el ritmo y la cadencia lenta de sus relatos y por el misterio y la tristeza que sobrevuelan todos los temas sobre los que escribe. Esa “pálida luz”, que da título a su novela, es también una característica de su estilo; toda su obra posee esa atmosfera neblinosa tanto en los paisajes como en la forma enigmática con que desarrolla las tramas.

Ishiguro nació en Nagasaki, en el año 1956, solo once años después de la destrucción de la ciudad por los efectos de la segunda bomba atómica. Sus padres abandonaron Japón y se establecieron en Inglaterra, me resulta imposible pensar que la tragedia que vivieron, y el hecho de ser supervivientes de la misma, no afectase en nada en la formación del espíritu de su hijo.

Quizás Los restos del día, sea su novela más perfecta. Tiene la apariencia de un relato de costumbres en el que cada personaje representa, con extraordinaria profundidad, un tipo de individuo que no encuentra su lugar en el mundo nuevo que ha venido a reemplazar al tiempo y el modo de vida en el cual vivieron sus años mejores. Ishiguro, a través de Stevens, el mayordomo, nos conduce a través de los recuerdos de ese mundo que se acaba por episodios en que se unen intensas vivencias personales con las circunstancias que pondrán en juego la lealtad y la discreción que son el orgullo de su profesión. A la vez, a través del mayordomo, vamos entendiendo de su mano espacios anímicos que asolan a muchos de sus personajes como por ejemplo la soledad e incapacidad del protagonista de superar los obstáculos interiores para mitigarla. Con todos estos ingredientes, narrados con ritmo perfecto y siempre con esos deliberados vacíos de información que pueden ser o no rellenados por el lector, hacen de esta, una novela extraordinaria.

Nunca me abandones es también para mí una impresionante obra narrativa. En ella, la tristeza, la desesperanza y soledad de los personajes son la característica más relevante. Se mueven en una sociedad cruel y cínicamente desalmada. En una lectura superficial, podría considerarse como una distopía posible y creíble, inteligentemente estructurada y sin fisuras en su construcción intelectual. Pero hay una lectura mucho más profunda en la que el autor plantea cuestiones éticas y de orden espiritual, que son inquietantes y hacen pensar.

Cuando fuimos huérfanos y Los inconsolables son, en mi opinión, novelas más difíciles de leer sobre todo Los inconsolables, pues la característica enigmática de la trama, la incertidumbre de los hechos y el abuso de los episodios oníricos, me impiden acompañar a los personajes en el desarrollo de su trayecto vital.

A mí me parece un escritor extraordinario, pero al que hace falta ir conociendo despacio. Es importante empezar por su primera literatura, que es más explícita y menos enigmática, para entender las novelas posteriores, pero esta es una apreciación muy personal, es posible que a los demás no les parezca así.


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