A sangre y fuego, por Manuel Chaves Nogales.

La recopilación de estos relatos sobre la Guerra Civil, están subtitulados con el epígrafe “Héroes, bestias y mártires de España”.  Al hilo de este, debo decir que lo que queda en mi memoria después de haberlos leído, no son ni héroes ni mártires y si bestias. Los hombres se convirtieron en bestias sin piedad y parece que personas que albergaban muchas afrentas, años de miseria, probablemente de injusticia y humillaciones, pero que no eran violentas, fueron arrastradas en ese torbellino espantoso en esa vorágine de barbarie donde la sangre y la crueldad engendro más y más de lo mismo, llegando a rebasar los límites de lo creíble y acercando a los seres humanos a la condición de bestias sanguinarias y despiadadas. La calidad literaria, la precisión en el lenguaje y la brillantez de las descripciones, no han evitado el tremendo rechazo que me producía su lectura, alguno de los relatos ha conseguido que perdiera el sueño, preguntándome como pudo pasar aquello.

He leído que un prestigioso escritor español ha dicho que todos los jóvenes debieran leer A Sangre y fuego, en especial su prólogo, para comprender lo que fue la Guerra Civil. Estoy en completo desacuerdo. Este libro no se puede entender sin el contexto histórico que precedió al conflicto entre hermanos. Dónde y cuándo se plantaron las semillas de odio que germinaron hasta florecer de manera explosiva y descontrolada. La pérdida de las colonias, las dos guerras de Marruecos, la pobreza y escasez de las cosas más básicas, la injusticia, la desigualdad social, y lo que no es menos importante, la miseria moral de los dirigentes políticos, habían creado un caldo de cultivo que propició el crecimiento de sentimientos extremos.

He leído mucho sobre nuestra historia en la última década del siglo XIX y los primeros años del XX, La Forja de un Rebelde de Arturo Barea, por ejemplo, fue una obra que iluminó mi criterio y me ayudó a comprender las razones que desencadenaron la guerra.
Madrid, de corte a checa, de Agustín de Foxá, autor ideológicamente en las antípodas de Barea, hace también un relato más comprensible y contextualizado de los horrores de la guerra en la retaguardia, concretamente en Madrid. Lo que quiero decir es que sin ese conocimiento histórico del momento que vivía nuestra patria, los relatos de Chaves Nogales no son comprensibles, casi diría que a un lector joven le puede resultar increíble.

Otra conclusión que saco de la lectura de A Sangre y Fuego es que hubo dos guerras civiles. Una, entre dos ejércitos y en campos de batalla y otra en las retaguardias, esta última mucho más dolorosa y cruel, cuyas heridas fueron más difíciles de curar pues eran vecinos contra vecinos que habían convivido desde siempre y de repente se delataban, traicionaban y mataban entre sí.

Hay algo que he intentado comprender con relación a la información que mi generación tuvo sobre los años de la Guerra. Tengo cincuenta y ocho años, cuando nací, sólo hacia veinte años del fin de la contienda.  Pues bien, yo no recuerdo ningún relato de algún episodio de la Guerra Civil en toda mi infancia y mi adolescencia, y, es a partir de un momento no demasiado lejano en el tiempo, cuando empecé a conocer los dramas que se produjeron en mi propia familia.  Los tíos de mi padre, todos militares, unos en un bando y otros en el otro; en la familia de mi madre, de tres hermanas, dos republicanas, una de ellas exiliada que no volvió hasta la muerte de Franco y otra con su vida truncada por la muerte de su novio, teniente del ejército de la República, terminada ya la guerra, en la cárcel. Y mi abuela, casada con un falangista que paso los meses de la guerra en Málaga escondido en un almacén pues lo buscaban para matarlo. En fin, nada nuevo, esto se repitió una y otra vez en casi todas las familias españolas, pero después de aquel vómito inmenso de odio que fueron los tres años de guerra, fue como si todos se hubiesen vaciado y la única forma de seguir viviendo fue caminar hacia delante y no volver la mirada.

 En ambos lados, en el de los vencedores y el de los vencidos que se quedaron aquí, se impuso ese tácito acuerdo, y aunque obviamente hubo muchos rencores aparcados y transmitidos, la mayoría hizo posible la paz y los años de progreso que esta nos procuró.
La presencia en el subconsciente colectivo de nuestro pueblo del dolor y la tragedia en que nos sumió la guerra y las consecuencias de ella fue lo que impulso la transición pacífica hacia el futuro, que se produjo cuando aún estaban vivos algunos de los que fueron actores protagonistas, y muchos de los que sufrieron las consecuencias de los años duros y grises de la posguerra.


Cuando se leen los relatos que componen A sangre y fuego, uno se pregunta cómo puede haber gente interesada en avivar el odio que es un sentimiento humano pero que nos acerca a las bestias.

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