«El diamante de Moonfleet», por John Meade Falkner.
Me acerque a este libro por las recomendaciones
entusiastas de lectores en los que confío, y que siempre aciertan. Aunque últimamente
no me apetecía leer este tipo de libros, la frase de Pérez Reverte para su
promoción “Todo lector en el fondo es un lector de libros de aventuras”, acabo
de convencerme. La verdad es que toda mi iniciación a la lectura en la infancia
fue a través de este género con las novelas de Enid Blyton o las de Emilio
Salgari.
Ha sido un
reencuentro con la literatura de evasión en su concepto más puro, entendida
como ficción con una conexión fuerte con la realidad que hace posible contar
una historia, dibujar un paisaje social y geográfico poblado de personajes que
son la encarnación de virtudes y defectos y que se desenvuelven en el
transcurso de la acción con los únicos limites
que la imaginación y la destreza del autor impone. Es preciso tener la
capacidad de crear un lienzo vivo donde poder desarrollar toda una gama
cromática de comportamientos y sentimientos que finalmente sean una muestra
fiel de lo que es la naturaleza humana.
En mi
opinión esta novela reúne las características que la elevan a la categoría de
obra maestra.
En primer lugar, por la creación de una historia que
desde la primera página despierta el interés del lector y lo atrapa. El autor
crea una atmosfera de un universo, entendido este concepto como un todo en el
que el paisaje, el tiempo y los personajes cobran vida de forma natural, y en
el que todo es coherente a pesar de que las líneas de lo posible e imposible
puedan parecer difusas.
La dimensión del libro es perfecta, no le sobra ni
le falta una línea, es difícil contar una historia tan intrincada y con una
dimensión temporal tan larga, en la vida de los personajes en tan pocas páginas.
Los personajes son brillantes, lejos de ser
prototipos, cada uno de ellos tiene un perfil complejo con luces y sombras. Elzevir
y John Trenchard, forman un tándem perfecto para establecer entre ellos un
fuerte vínculo de naturaleza bidireccional que se alimenta de las carencias de
cada uno de los dos y se completa con sentimientos que responden al enorme
contenido moral del relato. La gratitud, la lealtad y la ternura son valores
que componen y dan sentido a esta relación.
También en la trama están presentes las virtudes
que hacen este libro tan extraordinario. Superar los instintos primarios de
avaricia y de venganza, la constancia en el amor, así como el castigo del mal y
recompensa del bien, son el eje que sostiene el desarrollo de toda la aventura.
Es por esto que entiendo perfectamente que el
autor de la Isla del Tesoro dijese que era el libro que le hubiese gustado
escribir. Uno se sumerge en sus páginas y cuando por fin termina tiene la
sensación de haber vivido la aventura perfecta.
Esta nueva edición que hace Zenda cuenta con un
elemento absolutamente decisivo a la hora de valorar el libro, la magnífica
traducción de Dolores Payas que ha logrado preservar la esencia de la novela.
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