Clarissa por Stefan Zweig
Como novelista,
Zweig es un maestro construyendo personajes dotando a estos de unos perfiles psicológicos
profundos y perfectos. Algunos de ellos encarnan prototipos insuperables como
el protagonista de la Novela del ajedrez,
sobre el que construye un estudio sobre la neurosis obsesiva. Sus novelas nunca
son banales, siempre hay un sentido y una teoría que exponer. Para ello, arma
una estructura de perfecta armonía entre todos los ingredientes que componen
un relato. El ritmo de la acción siempre es ligero y los escenarios en que sitúa sus historias
están perfectamente pensados para que sean una parte importante del curso de
los acontecimientos. No es prolijo en descripciones y con pocas pero precisas
palabras coloca al lector en la atmósfera real que sea necesaria para que los hechos fluyan de manera natural.
En Clarissa,
creo yo que crea un personaje al que
utiliza para que sea vehículo mediante el que exponer muchos de los ideales
y de los principios que alimentaron la vida del propio autor. La libertad individual
y la pertenencia al género humano como elemento de identidad superior a toda
alineación de origen nacional, de raza e incluso de género. La idea de una Europa
sin fronteras también está esbozada en la novela con ocasión de la convención
de maestros.

Con ocasión del
estreno de la película sobre la vida de Stefan Zweig, he leído que en los meses
anteriores a su muerte sufrió mucho a causa de los reproches que le hicieron
alguno de sus contemporáneos tachándole de cobarde por no elevar
suficientemente la voz contra Hitler y el régimen Nazi. Es algo común en
nuestro tiempo considerar la personalidad del creador como elemento fundamental
para juzgar su obra. El hecho de que una obra literaria o filosófica debe ser
trasunto de la conducta de su autor es una absoluta equivocación, de hecho no
es para nada así. Cuando se trata de arte plástico, pintura o escultura, es fácil
considerar a la obra de arte como algo con vida independiente de su creador y
nadie establece una reciprocidad entre la personalidad moral del autor y la
obra de arte. Pues bien, yo pienso que del mismo modo
en el caso de la literatura. La obra, una vez sale de la mente del
autor, es independiente de él y no debería importarnos la virtud o el defecto
de este. Claramente, Zweig no debió ser una persona perfecta, probablemente era
mezquino. En sus memorias, por ejemplo, no menciona a su primera mujer,
Friderike, con la que estuvo casado veinticinco años, más que para decir que se
divorciaba para casarse de nuevo. Tampoco creo que fuera un ejemplo de valentía,
la elección del suicidio conjunto cuando daba por perdido el mundo con que soñó
no es la más elogiable de las actitudes. Sin embargo su obra no tiene porque sufrir menoscabo por eso porque
alguien, cuando teoriza o imagina, siempre tiene la capacidad de elevarse sobre
sus propias miserias. Establecer equivalencias entre la calidad de la obra y la
calidad del ser humano que la creo es una algo simplista.
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