El Orden del día por Éric Vuillard

Premio Goncourt 2016, esta obra no es una novela histórica, ni un ensayo propiamente dicho, es un relato de hechos reales que nos llevan a reflexionar sobre algunos aspectos acerca de los cuales la mayoría de nosotros había aceptado que ocurrieron sin más y quizás ha pasado suficiente tiempo para analizar los hechos bajo otra perspectiva.

Vuillard nos sitúa en febrero de 1933, en una reunión de las veinticuatro personas que representaban la mayor potencia industrial del continente europeo, todos ellos alemanes; desde Gustav Krupp, hasta IG Farben, pasando por Opel, Daimler, Telefunken o Agfa, fueron convocados para pedirles que financiaran un proyecto, liderado por Hitler, que cambiaría el mundo, prometiéndoles la supervivencia de sus empresas en el nuevo Orden.
Todos ellos, en mayor o menor medida, fueron beneficiarios del régimen Nazi. Alguno, Krupp sin ir más lejos, utilizó mano de obra proveniente de los campos de concentración donde encerraron a los judíos. Todos colaboraron a la construcción de la potencia militar y económica que en menos de diez años estaba preparada para lanzarse a la alucinante tarea establecer un nuevo Orden Mundial. Todas las grandes compañías que compartieron este encuentro sobrevivieron a la guerra y se engrandecieron hasta llegar a nuestros días, de lo que se infiere que funcionan como entes independientes de las naciones que los albergan y ajenos a las consecuencias nefastas a las que colaboraron a propiciar.

La primera reflexión a que me lleva este hecho es a pensar que hubiese ocurrido si Hitler hubiese obviado el antisemitismo y la pureza de la raza como eje fundamental de su pensamiento. Vuillard lo considera un demagogo, qué lejos de ser un creador de ideas simplemente tomaba prestadas de otros para construir su doctrina. Los judíos que vivían en Austria y en Alemania se sentían alemanes. Eran parte del pueblo, habían luchado en la Gran Guerra como oficiales y como soldados del ejército imperial. Cuando la guerra terminó estaban aún más asimilados, ejercían con éxito sus profesiones sin problemas. No había guetos en la Alemania de los años veinte. Cabe pensar que, sí hubieran sido convocados a formar parte del proyecto se hubiesen incorporado a él, con la inteligencia y la capacidad económica que tenían, proporcionado al régimen de Hitler un impulso irresistible, difícilmente superable. Esto pudo haber ocurrido de no ser porque Hitler si tenía una doctrina propia que se alimentó de prejuicios que habían echado raíces en el inconsciente colectivo, y que fue acogida por una mayoría asombrosa del pueblo. 

Otra de las cosas que siempre hemos aceptado sin cuestionarnos demasiado es la actitud de los austriacos acerca del Anschluss. En el imaginario cultural se ha extendido la idea falsa de que hubo una oposición al mismo cuando lo que ocurrió fue que se apoyó con entusiasmo la doctrina del espacio vital y que la idea de que Austria era alemana por idioma, cultura y raza. Se aceptó como una necesidad histórica, sin ninguna necesidad de usar la violencia. Son significativos los documentos gráficos que existen de la plaza del parlamento abarrotadas de una multitud enfervorecida que esperaba la llegada del Führer.

Otra de las cosas sobre las que nos hace pensar el libro es acerca de las relaciones y actitudes que tuvieron los dirigentes europeos respecto a la progresiva relevancia que estaban consiguiendo los movimientos de corte totalitario tanto en Italia como en la misma Alemania. La llamada microhistoria, nos muestra que existió simpatía y comprensión por parte de muchos políticos ingleses hacia sus homólogos alemanes. Es curioso y significativo el episodio que narra Churchill en sus memorias. El estadista británico cuenta que el 12 de marzo de 1938, Ribbentrop, ya como jefe de la diplomacia alemana, alargó sin ningún reparo la comida que le ofrecía Chamberlain en Downing Street como despedida como embajador cuando en ese mismo momento las tropas del Reich estaban invadiendo Austria.

Del mismo modo que hemos llegado a pensar, porque así lo han recreado el cine y las novelas, que desde siempre todos supieron de lo monstruosos que eran los Nazis, la verdad de la historia es que mantuvieron relaciones personales cercanas y cordiales prácticamente hasta que empezó la guerra.

Es un brillante modo de llevar al lector a contemplar la historia bajo un punto de vista diferente acercando la mirada a los hechos dándoles un enfoque distinto. Me ha gustado muchísimo.

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