Apegos feroces por Vivian Gornick y La trenza por Laetitia Colombani

He leído estos libros uno detrás del otro, y he pensado que podría ser interesante comentarlos juntos porque comparten características esenciales y a la vez son absolutamente distintos.Ambos son relatos sobre mujeres, más concretamente sobre madres e hijas. Esto, que no es poco, lo tienen en común, pero desde el enfoque al estilo pasando por el diferente punto de vista vital y filosófico, son distintas. 

Vivian Gornick publicó Apegos feroces en 1987 aunque hasta este año no ha sido publicado en español. Es una de esas obras que ahora se denominan de autoficción y los hechos sobre los que escribe, que son sus propias experiencias, ocurren principalmente entre las décadas de los cuarenta y  los ochenta del siglo XX. 

Gornick, partiendo de la relación que tiene con su madre, hace un ejercicio de introspección pseudo-psicoanalítico y nos traslada la idea de que toda su manera de estar, sus amantes, su propia visión de la maternidad, su vida profesional, están determinadas por dicha relación. Su tiempo es el tiempo de la ruptura entre la tradición de una cultura matriarcal, en la que las mujeres desarrollaban su papel más relevante como sostenedoras de la unidad familiar, y el tiempo nuevo en el que la familia y las tradiciones pasaban a ocupar un lugar secundario en relación con la idea de realización personal en torno al trabajo y a la libertad sexual, intereses que de alguna manera contradecían aquello que había respirado en su formación.

El alejamiento de esos parámetros genera en la autora cierto sentimiento de culpa. Abusa de largas parrafadas que parecen sacadas del cuaderno de su psicoanalista, confundiendo sus “neuras” con una enfermedad social contra las que las mujeres libraron una lucha titánica. Pienso que es una visión bastante extrema y que en realidad todo se ha desarrollado con dificultades sí, pero de una manera mucho menos traumática en general.

Lo que me ha interesado sobre todo en la obra de Gornick ha sido la descripción que hace del escenario donde transcurre lo esencial del relato. Esos edificios neoyorkinos habitados en su mayoría por familias judías, donde “los diferentes” lo tenían difícil y en los que las mujeres construían un tejido social tan fuerte y espeso que igual servía para sostener que para protegerse. Un universo abrumadoramente femenino que tenía su base en las tradiciones seculares pero con la suficiente permeabilidad para que se pudieran colar nuevos modos de comportamientos y que posibilitó el cambio del lugar de las mujeres en el mundo que ha cambiado para siempre.

A mi no me ha gustado, especialmente por su tono que es bastante amargo Además, me resulta cargante ese egocéntrico punto de vista porque el precio que en su caso tiene el nuevo estatus de la mujer revela, en mi opinión, un saldo negativo, la soledad.

Poe otro lado, La trenza no es autoficción es ficción sin más. El libro lo forman tres relatos todos protagonizados por mujeres, cada uno de ellos tiene lugar en el mismo tiempo, pero en espacios totalmente diferentes.

Es un claro ejemplo de cómo en nuestra época conviven culturas y visiones de la vida diametralmente distintas, en cada una de las tres historias las protagonistas comparten el impulso generoso que las motiva, la superación de obstáculos a favor de otros, y la capacidad de renuncia de sí mismas. 

La trenzaestá escrita con una habilidad narrativa notable. Un ingenioso vínculo une los tres relatos y da un sentido circular a la obra. Está escrito con una filosofía positiva e iluminada por el triunfo de lo que de verdad importa

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