«El Olor del bosque », por Helene Gestern

Una larga novela con un planteamiento ambicioso. La historia surge de una correspondencia incompleta, uanas fotos de alguna forma clandestinas y un diario cifrado.  Estos son los instrumentos esenciales con los que la protagonista, Elisabeth Bathori, investigadora de la historia de la fotografía va a intentar reconstruir y en cierta forma aclarar unos hechos que suceden al inicio del siglo XX pero cuyas consecuencias e implicaciones en el presente llegan hasta casi nuestro tiempo.

 

El interés de que las cartas y fotografías se den a conocer, llevan a su poseedora,   Alix de Chandelar, hasta Elisabeth. La relación que establece entre ellas hace que la vida de Alix vuelva a recomponerse y a encontrar sentido después de haber sufrido una perdida que la sumergió en un abismo de tristeza y desgana del que le estaba siendo imposible salir. De este modo, el objeto de la investigación y la vida personal de la protagonista, Elisabeth, están intensamente entrelazados. Durante los viajes a que le obliga el desarrollo del trabajo va añadiendo elementos nuevos de orden histórico e incorpora novedades a sus circunstancias sentimentales. La narración y el desarrollo de la novela se hace mucho más amplios pues no sólo trata de ordenar, clasificar y exponer la correspondencia entre Alban de Willecot, dirigidas desde el frente de la Primera Guerra Mundial a su amigo, el famoso poeta Anatole Massis, sino que se convierte en una reconstrucción de una parte importantísima de la historia de lo que significó la movilización de jóvenes en pleno comienzo de formación intelectual y profesional. Por ejemplo, Willecot era astrónomo y aficionado a la fotografía y, sin dudarlo, acudió al frente con el sentido de la responsabilidad y del honor de servir a su patria.

 

Con el análisis de la correspondencia, en un principio incompleta pues faltan las respuestas del poeta, no sólo se recorre la historia personal de dos amigos, de sus inquietudes y sus circunstancias personales y familiares, sino que, poco a poco, se va apreciando el cambio de actitud que frente a la guerra tiene Willecot y como ese noble sentido se va transformando con el paso de los meses y los años en las trincheras, conviviendo con el horror y asistiendo a la masacre de una generación entera de franceses, de ingleses, también de alemanes, en un desencanto primero y después en una franca aversión hacia la guerra y una voluntad de hacer llegar a la gente la situación real que se vive en el frente, donde se sufren continuas injusticias y arbitrariedades de los mandos.                                                                                                                                             

 

Cuando decía al principio que era muy ambicioso el planteamiento, me refiero no sólo a la cantidad de historias que se desgajan del tronco principal del argumento, también a la técnica narrativa. La autora utiliza muchos métodos de narración: epistolar, narración en primera persona, narrador omnisciente,… y para complicarlo más los continuos saltos temporales hacen que la lectura necesite de una gran concentración. En una novela ciertamente larga, de más de ochocientas páginas, es preciso mantener el ritmo y hace falta una técnica literaria muy depurada y excepcional para que el lector no se pierda, que es lo que ocurre al final del relato donde los giros argumentales y los continuos cambios que los sucesivos descubrimientos aportan al conocimiento del carácter de los personajes son tan extremos, que el lector, o al menos yo, tenía que volver continuamente sobre lo leído porque perdía el hilo.

 

Una última reflexión, últimamente entre los escritores franceses, hay una tendencia a escribir sobre la Primera Guerra Mundial. Hay mucha literatura muy buena sobre el tema, se recrea el horror y el sinsentido de la guerra de trincheras, la pérdida de vidas humanas contadas por miles para avanzar unos metros de tierra. El dolor y las mutilaciones que dejaron marcada la generación de franceses que tenía entre dieciocho y veinte años en 1914. Ellos, o lo que queda de ellos, tienen entre cuarenta y cincuenta cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, y ocupan puestos de responsabilidad y decisorios en los momentos de participar una vez más y sobre todo al principio de la contienda en el frente en el suelo francés. Durante la segunda mitad del siglo XX, ha habido una cierta manipulación en la literatura, en el cine, exaltando la resistencia francesa, que fue minoritaria y puntual y obviando la colaboración en ocasiones vergonzosa, por ejemplo, en el tema del abandono a su suerte en que dejaron a la numerosa población judía. El tremendo sufrimiento por el que pasaron los franceses durante la Gran Guerra quizás sirva para explicar la facilidad con que aceptaron la ocupación y la nula resistencia que el ejército francés opuso a la fuerza alemana durante la Segunda Guerra Mundial. 

 

El olor del bosque es una obra interesante y recomendable. 

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