Mi primera lectura en un libro electrónico.
Ya sé que llego tarde,
pero es que me resistía porque mi afición por los libros como objetos de culto,
aunque sean edición de bolsillo, me ha hecho demorar la experiencia de entrar
en el futuro. Por fin me han regalado uno y voy a contar mi primera aproximación
con toda la fidelidad posible. Primero pensé mucho en que es lo que quería leer
como primer libro en el Kindle, y decidí que quería un clásico, algo que no estuviese
recién sacado de la editorial, para ver si era verdad que es fácil acceder a
títulos que no están en las librerías. Pues bien, pensé en El retorno a Brideshead, de Evelin Vaugh, que no es que sea un
libro desconocido porque figura en la lista de las 100 mejores novelas de la historia
de la revista Time, pero solo estaba
disponible en inglés, imposible leerlo en castellano. Primer intento fallido.
Mi segunda opción una novela de Anatole France, Los dioses tiene sed, que tampoco estaba disponible más que en
francés. A lo mejor es normal, pero fue decepcionante. Finalmente desistí de
buscar libros más o menos antiguos y me decidí por algo más o menos nuevo El cuento de la criada de Margaret Atwood,
hacía tiempo que quería leerlo y allí donde estaba no es fácil encontrar
libros.
Tiene la ventaja de
poder leer con su propia fuente de luz, también la de poder aumentar el tamaño
de las letras, y aunque un volumen sea muy grande nunca tienes que cargar con
el peso que tendría en papel. Pero a mí me gusta tener memoria de en qué página
está determinada frase, si en el par o en la impar, y en qué párrafo, si
situado en la parte superior o inferior. La lectura en el Kindle es sobre una
pantalla plana que pasa y ese ejercicio es imposible. También es bueno poder
acceder a casi cualquier libro nuevo, por supuesto cuando estás en sitios donde
no hay librerías lo cual no es algo infrecuente, pero no estoy de acuerdo en
que el Kindle sea una especie de biblioteca universal, aún está a años luz de
ser algo parecido.
Hay otra cosa se me ocurre
cuando me dicen que el libro electrónico viene a sustituir de manera relevante
al libro de papel. Muchos de los libros que tengo en mi biblioteca, de los que
conozco la portada y me resultan familiares, no son obras maestras; algunos son
buenos, otros son mediocres y otros decididamente malos, pero cada uno de ellos
ha aportado algo a mi mente de lectora. El espacio físico que ocupan me recuerda
inmediatamente su contenido y los hace accesibles a mi memoria. Esto podría
parecer poco importante pues en el caso de libros muy vendidos, muy buenos o
los que alcanzan el calificativo de clásicos, siempre estarán en alguna lista o
en algún catalogo pero, ¿qué hay de los miles de otros que no han sido
reeditados, que pertenecen a una editorial que ya no existe, que no están en
otro lugar al que pueda acceder que no sea la estantería de madera en que se
guardan? Muchos de estos han tenido su utilidad, podría escribir horas sobre el
poder de evocación de cualquier libro o de cómo cuando se busca algo para leer
o para recomendar, al ver el título en el lomo de papel, esta imagen es capaz
de conducirte y guiarte hacia otros siguiendo un camino que sería imposible en
la nube digital.
Es verdad que el papel
ocupa mucho espacio, pero hay que vivir entre paredes y ¿de qué mejor que de
libros pueden estar ocupadas? Recuerdo estar con mi padre muchas tardes en su
desordenada biblioteca y como se le iluminaban los ojos cuando encontraba un
libro que creía que me iba a gustar. Así he accedido yo a tantos y tantos
libros a los que de otra manera no hubiese llegado; de pronto recuerdo la
pentalogia de Benasur de Judea de
Alejandro Núñez Alonso, que leí con veinte años y con el mismo entusiasmo he
recomendado a mis hijos; o la colecciones de Aguilar de los premios Goncourt que
facilitaban y aseguraban el acceso a una cantidad enorme de obras de altísima
calidad, certificadas por la concesión de ese premio y a las que de otro modo que no fuera las
visitas a aquellos estantes no hubiese conocido.
Además, muchas
experiencias como la de reconocer en paredes ajenas libros que te dicen mucho de
las personas que los guardan serán imposibles si los volúmenes de papel
desapareciesen.
Así que, resumiendo, me
parece un instrumento útil e interesante pero no un sustituto. No me gustaría
vivir en un mundo sin libros de papel que se manosearan, se anotasen y que
encerrasen pétalos antiguos entre sus páginas para sorprender con más mensajes
de los que la meras palabras digan.